jueves, 28 de marzo de 2013

¿Petroglifos? ¿En Montalbán?


Luego de la operación de mi rodilla derecha, me atrincheré en la casa de mis padres en Valencia, Venezuela. Quizás el mejor lugar para superar los retos de una tediosa recuperación.

Sin aparente motivo, el Jueves Santo mis padres decidieron ir a Montalbán en el estado Carabobo y a pesar de sus temores por lo complicado de mi restringida movilidad y los dolores aún presentes en la coyuntura operada, me invitaron a ir con ellos.

Como a mi no me gusta sentirme lisiado y entendiendo que no iba a Puerto Ordáz o a Maracaibo, acepté. Sólo sabía que quedaba 5 minutos más allá de Bejuma, que estaría viajando cómodamente en el asiento trasero del Renault de mis padres, y que necesitaba con urgencia salir de mi forzado enclaustro.

El calor en Valencia era agobiante, tenía más de 19 años que no sabía lo que era pasar una Semana Santa en mi ciudad natal. A pesar del aire acondicionado del carro, la temperatura interna era más bien tibia y por la ventana un sol en extremo resplandeciente pareciera castigar todo el panorama. Daba calor no más mirar afuera.

Los casi 35 grados centígrados no afecto mucho el ambiente de aventura dentro del vehículo, y las conversaciones giraban ligeramente entorno a asuntos familiares, a nuestras diferencias políticas que dirimíamos en un intercambio de sarcasmos, los temas religiosos y sobre los animados viajeros cuyos carros, cargados de enseres hasta el techo, se amontonaban a lo largo de la vía y en todas las paradas posibles junto a los transportes de carga.

Una hora y cuarto nos tomó recorrer los casi 35 kilómetros y medio que separan
Valencia de Montalbán. Mi padre, que siempre le toca manejar, nos había dicho que la temperatura en nuestro destino sería algo más agradable, pero la amarillenta y feneciente vegetación, la tierra árida y las laderas humeantes de las montañas alrededor de la carretera, parecían no confirmar esta información.

Nuestro recibimiento en Montalbán fue el Parador Turístico Artesanal “El Portachuelo”. Una construcción de alrededor de 1200 metros cuadrados con aires coloniales de forma triangular. Frondosos samanes brindaban una agradable sombra mientras que vistosas trinitarias y cayenas llenaban de colorido natural el espacio.

Decenas de pequeñas habitaciones donde se vendían artesanía, pinturas, dulces, hamacas y licores nutría aún más las tonalidades ya presentes en el parador. En el centro de la instalación, en un patio central, levantaron una suerte de caney con tejado y piso de piedra para albergar mesas de madera y brindar la comodidad a quienes quisieran degustar las preparaciones de los lugareños.

Atora'o y preguntón como soy me lancé raudo a la cacería de informaciones curiosas, lecciones históricas y/o políticas así como de objetos artesanales y artísticos que maravillaran mi mente y me llenarán de perplejidad. Y lo conseguí, aunque el hallazgo no fue muy grato.

En los primeros puestos que visité me nombraron la existencia de un cerro llamado La Copa que se eleva a 1800 metros sobre el nivel del mar y que para mi gran sorpresa, en sus inmediaciones habían más de mil petroglifos y geoglifos.

Para los que desconozcan estos términos, petroglifos son figuras, dibujos o símbolos tallados en las piedras por nuestros ancestros indígenas. Los geoglifos, por su parte, son figuras, dibujos o símbolos hechos en el suelo, como los que se observan en Nazca, Perú.

Inmediatamente a mi cabeza atacaron las preguntas: ¿cómo es posible que en 17 años viviendo en Valencia nunca me enteré de esto? ¿Por qué es ahora, a mis 36 años, que vengo a descubrir que existen estos petroglifos o geoglifos?

Cual Ak-103 interrogué a los artesanos sobre la existencia de algún museo o plan turístico que permitiera ir a disfrutar y a aprender de ese legado prehispánico. La respuestas negativas a mis preguntas, me dejaron casi en estado de conmoción.

Continúe la metralla: ¿Dónde están precisamente? ¿qué tan lejos? ¿Cómo llego? ¿Alguien me puede hablar con propiedad de los benditos diseños?

Las respuestas me siguieron cacheteando la razón y el orgullo patrio: “si viene otro día podría conseguirle a un señor que vaya con usted...”; “¿tiene rústico?”; “si tiene carro pequeño, debe dejarlo en el pueblo y caminar 30 minutos hasta el sitio”; “hay que hablar con ciertas personas porque algunos de los petroglifos están en terrenos privados”

¡Qué montaña y qué caminata de media hora y que c... voy a estar haciendo yo con esta pata hinchada!, pensé para mis adentros mientras les otorgaba a mis interlocutores una media risa enguayaba'.

Quizás lo más irónico del cuento es que hay un toche petroglifo, bien grande y bien simbólico estampado en el centro de la bandera del municipio Montalbán. Esto sin contar que gran cantidad de la artesanía del parador los tenía como motivo. ¡Vayuste pal cara...cas country club!

A otra señora muy amable y sonriente, que más adelante en mi recorrido consulté, aún aletargado por el shock, me comentó que todavía no había llegado alguien del Ministerio del Turismo que quisiera meterle mano al asunto. Me habló del problema del asfaltado, de los recursos, y no recuerdo que más.

En verdad, no tengo idea, en lo más mínimo, sobre los antecedentes de esta situación. Si se hicieron intentos por otorgarle apoyo turístico, si las universidades tienen tesis y libros llevando polvo o si son parte de discusiones activas e importantes. Lo único que sé es que no sabía que existían.

Tengo cierto conocimiento sobre Nazca, las cuevas de Altamira, los Aztecas, la Isla de Pascua, pero ni por equivocación llegó a mí información sobre petroglifos y geoglifos en Montalbán. Quizás hasta es mi propia culpa por no indagar a mi alrededor... ¡¿qué sé yo?!

Lo que sí sé es que ahora que quiero conocer un poco más sobre ellos, verlos, maravillarme con los cuentos y los significados, la cosa es un parto.

¡Ey, gente! Yo no soy arqueólogo ni paleontólogo, no me voy a meter a la montaña a husmear sin los criterios ni las herramientas adecuadas. Alguien, alguna institución o alguna organización debe encargarse de facilitarnos esto tan sólo por el simple hecho que es nuestra herencia histórica y cultural, ¡carajo!

Como ven, el impacto fue mayúsculo.

Respiré hondo y sin olvidar esa situación y las tormentosas reflexiones que desató, traté de seguir disfrutando mi paseo.

Mi madre me comentó de a ratos en el camino y creo que días atrás también, que yo tenía que pagar una promesa a la “Virgen Negra” de Montalbán que según ella era negra por algún milagro con una vela. No presté mucha atención (lo siento madre).

Aunque no soy muy amigo de las religiones tampoco perdería un brazo si complacía a mi progenitora en algo que era importante para ella. Así que decidí hacerle frente al rezo a la Virgen Negra.

A cinco minutos del parador estaba el pueblo de Montalbán. Un típico pueblo venezolano con sus casas quasi-coloniales, paralizado en el tiempo, de quietud característica, con su Plaza Bolívar como centro y donde justamente estacionamos para ir a la iglesia de la Inmaculada Concepción la cual hospedaba a la Vírgen de Nuestra Señora de Atocha, también conocida como Vírgen Negra.

Mientras yo soy un apurado para unas cosas, que no son estas precisamente, mi mamá lo es para lo religioso. Conminándome con sus ojos verde claro como otrora lo hacía en nuestra infancia cuando hacíamos lo indebido generándonos un cierto terror, me hizo acelerar al máximo mi paso hasta la iglesia. Me sonreí de lado recordando este gesto del pasado.

Entramos y la iglesia estaba patas arriba. Los banquitos inclinados sobre sus lados y apilados en una hilera despejando la parte central de la iglesia, los santos tapados con velos morados y un grupo de gente de aquí para allá cortando flores y adornando. Obviamente estaban en los preparativos para los días más importantes de la Semana Mayor, los días finales.

Un poco aturdido por el asimétrico y poco característico acomodo de los elementos de la iglesia caminé sin rumbo claro como gallina cruzando una avenida. Mi madre me intentó orientar pero noté que tampoco estaba clara en la ubicación de la virgen a quien debía agradecerle por sanar mis dolencias hace 36 años.

Me mandó a rezar y a pedirle a Dios. Recé y le pedí a Dios. Me mandó a ir a un extremo de la iglesia y fui. Se me perdió y me puse a buscar elementos para fotografiar pero ahí mismo regresó donde yo estaba para señalarme el lugar de veneración de la Virgen Negra. Y fui, pero como todos los santos y vírgenes estaban tapados quedé igualito en el limbo. Hasta que un chamo del grupo que arduamente trabajaba me indicó el lugar exacto. Claro, estaba aún más tapada con unas cortinas moradas, no me pregunten por qué.

Ahí, rodeado por el rebulicio de los feligreses decoradores, recé y agradecí a la Virgen librando así a mi madre de su deuda con lo divino.

Le comenté que el mandado estaba hecho y me respondió que ahora faltaban dos más de mis hermanos con otras promesas algo más complicadas, no sé dónde ni sé por qué. Mi querida madre y sus preocupaciones celestiales. A ellos ya les tocará escribir su historia.

Al dejar la iglesia nos encontramos a mi papá en un extremo de la plaza sentado en un bordecito del engramado debajo de un gigantesco árbol. Desde que yo recuerdo mi padre no entra por mucho tiempo o en lo absoluto a las iglesias ni a las emergencias de clínicas u hospitales. Mi mamá dice que siempre que pasa algo relacionado a lo último mi padre olvida la cartera, las llaves, o inventa cualquier cosa y se evapora. Me da mucha gracia.

Mi madre se sentó junto a mi padre con dificultad, por aquello de los achaques de la edad, Yo empecé tomarle fotos a ambos, cosa que ya los tenía obstinados, y a darle vuelta con calma a la plaza para disfrutar de ese momento

Como a 10 metros de donde estaban sentados mis padres, dialogaban un par de señores de la tercera edad. Mi madre con sus extraordinarias habilidades conversacionales logró con su voz sortear la distancia y los dos señores empezaron a intercambiar palabras con ella. A pesar de lo retirado que yo estaba, logré oír que el árbol que cobijaba a los cuatro era un cotoperí. Al instante recordé que en el parador turístico me comentaron que ese era el árbol tradicional de Montalbán y me sume a la charla.

Los dos señores se llamaban Elías y Hernando y fue una sorpresa para todos cuando nos dijeron que ese enorme cotoperí tenía alrededor de 200 años. Que nuevo y maravilloso descubrimiento habíamos hecho. Para nuestro agrado el árbol como la plaza estaban en muy buen estado. Su tronco ramificado era imponente y estaba podado de una forma que parecía un paraguas cuyas tupidas ramas y hojas llegaban de forma pareja a un poco más arriba de metro y medio del piso.

Elías también nos señaló a un segundo cotoperí que se encontraba al otro extremo de la plaza y nos dijo que ese tenía entre 50 y 60 años. Impresionantes ambos árboles en verdad. No creo haber visto árboles así en mi vida. Y si lo hice no tuve la sabiduría y ni la humildad para disfrutar de su majestuosidad y belleza.

Mi mamá se empeñó por saber de los frutos y los mayores respondieron que esos árboles eran machos y que las hembras que daban los frutos se encontraban a dos cuadras de distancia.

Yo, por mi parte, aproveché y les pregunté sobre el cerro La Copa. Se voltearon en la dirección a la que antes le daban la espalda y apuntaron en esa dirección, por encima de la sede del Consejo Municipal, “ese es el cerro La Copa”. Recordé nuevamente a los petroglifos y los geoglifos y de alguna forma me sentí cercano a ellos así fuera viendo el cerro que les sirvió de lienzo.

Tomé las fotos respectivas a los hermosos árboles, al cerro, a la iglesia desde otro ángulo. Tratando de dejar registro gráfico de lo que me llevó a pensar tantas cosas, contento por la experiencia que me sirve como motivo para tener este puente con ustedes.

Dejamos el pueblo, comimos en el parador turístico y regresamos a Valencia. Se nos olvido el calor, tal vez porque la tarde empezaba a adentrarse hacia la negritud del día, pero también quizás porque nuestras mentes se ocuparon de cosas que valían la pena.

Sonará cliché pero algo nada planificado, al menos por mí, resultó en una grata aventura. Fue una vivencia que, así sea en alguito, nos permitió crecer hacia lo humano, hacia la naturaleza, hacia la historia, hacia la realidad.

Aunque ahora pensando en teorías conspirativas, quizás, mi madre lo planeó todo desde el principio y logró que este renuente a la religión pagara su promesa. ¿Quién sabe? Misterios de la ciencia, diría un personaje de la televisión venezolana...

Hasta la próxima...






















No hay comentarios:

Publicar un comentario